El invierno tan buscado
Por Claudio Scaletta
Un paso para
comprender la evolución de la economía, y por lo tanto de la plata que usted
tendrá en el bolsillo en los próximos meses, tanto si vive de un salario como
si es propietario de comercios o empresas vinculadas a la actividad interna, es
tratar de comprender la lógica de quienes formulan las políticas económicas.
Sin entrar en el
debate de si los sucesos financieros producidos a partir de abril fueron mala
praxis, expresión cambiaria inevitable de la restricción externa o voluntad
explícita, el resultado presente es que el Plan que conduce Christine Lagarde
con colaboración local tiene como componente central la devaluación de la
moneda. Luego, la historia enseña que las devaluaciones son siempre recesivas. Dicho
de otra manera, la devaluación y la recesión constituyen las herramientas
principales del plan económico formulado en Washington. El razonamiento que
está por detrás, siempre bajo la lógica de los actuales hacedores de la política
económica, tiene unos pocos puntos derivados. A saber:
* La caída de la
actividad y el dólar más caro reducen las importaciones e incentivan las
exportaciones y, con ello, el rojo comercial. Ahorran dólares.
* La devaluación
reduce el turismo emisivo e incentiva el receptivo. Ahorra dólares.
* Ambos elementos
reducen el déficit de la cuenta corriente y las presiones sobre el precio del
dólar, lo que permite su estabilización.
* La recesión aumenta
el desempleo, lo que disciplina las demandas salariales.
* La baja de los
salarios aumenta la tasa de ganancia e incentiva las inversiones en los
sectores tácitamente elegidos como estratégicos: agroindustria, minería,
energía y turismo, todos “potencialmente” proveedores de divisas, proceso que
antes de octubre de 2019 debería dar vuelta la dirección del ciclo económico,
posibilitando un leve crecimiento preelectoral. Esta visión también explica la
resistencia macrista –incluso contra el FMI– a interrumpir la baja de retenciones.
* En el camino, la
reducción del gasto público y la caída del rojo fiscal disminuyen las
necesidades de financiamiento del Tesoro con el exterior. Ahorra dólares. Y
también disminuye las posibilidades de “monetización del déficit”, es decir de
emitir dinero para afrontar los gastos que no se cubren con los impuestos, lo
que reduce la inflación y la demanda de dólares.
* La reducción del
gasto también posibilita, a futuro, la reducción de la presión impositiva sobre
el sector privado, otro aliento adicional para la inversión.
En los siete puntos
detallados no hay nada extraño. Son las secuencias que se enseñan y aprenden en
las principales facultades de economía del planeta, incluidas las argentinas.
Son también las cosas que repiten la mayoría de los consultores económicos y
machacan para el público no especializado los medios de comunicación. El
detalle, como siempre que se tratan estas cuestiones desde la teoría dominante,
es que no es así como funciona la economía. Acerquemos la lupa a las relaciones
causa-efecto.
Lo primero que debe
decirse es que la devaluación no tiene mayores efectos sobre el resultado de
las exportaciones de commodities, rubro mayoritario en el que la economía local
no compite por precios, sino que los toma en el mercado internacional, por
definición. Con la devaluación los productos que Argentina vende no se vuelven
más competitivos para los compradores del exterior, solo bajan sus costos de
producción en pesos. Las exportaciones de commodities dependen de la demanda
externa o del aumento de las cantidades ofrecidas, no del tipo de cambio. Para
muestra basta revisar la historia de las devaluaciones y su relación con las cantidades
exportadas. Pero en el fondo el gobierno es realista. Apuesta al aumento de la
oferta, a una cosecha récord el año que viene. No resulta muy exótico que la
versión rediviva del modelo agroexportador vuelva a creer que la economía local
se salva con una buena cosecha. Sin embargo la libertad otorgada a los
exportadores para no liquidar sus ventas tampoco garantiza que una probable
cosecha récord se traduzca en más dólares para la economía. Buena parte se
quedarán en el exterior, más cuando se teme la posibilidad de un default de la
deuda pública.
Lo que sí provoca la
devaluación es una caída de las importaciones y del turismo emisivo, pero a un
costo social enorme: la caída de salarios, la inflación y la recesión. Existen
políticas económicas más eficientes para reducir el turismo al exterior sin castigar
a toda la sociedad. Luego, las divisas que podrían ingresar por un potencial
aumento del turismo receptivo son marginales para un programa macroeconómico.
Es muy probable que
mientras se mantenga la mejora del tipo de cambio real el rojo de la cuenta
corriente caiga desde los más de 5 puntos del PIB que había alcanzado, quizá
hasta un punto y medio menos, pero no será suficiente para compensar el rojo
por el aumento del pago de intereses de deuda, lo que quiere decir que no
alcanzará ni remotamente a morigerar el problema de las necesidades de dólares.
En tanto las
necesidades de dólares continúen superando el abastecimiento, tanto real como
financiero, habrá problemas para estabilizar el tipo de cambio y bajar la tasa
de interés de referencia. El precio de los bonos argentinos se mantiene en
picada desde el pasado abril, es decir existe una tendencia firme a la
continuidad del alza del “riesgo país”, lo que significa un mayor costo para el
financiamiento tanto de las empresas como del sector público.
Si se exceptúa el
turismo, los rubros elegidos por el gobierno no son demandantes de mano de
obra, lo que explica el deterioro del mercado laboral desde diciembre de 2015.
Las notas características hasta el presente son dos, una caída promedio del
poder adquisitivo de los salarios en alrededor de 10 puntos porcentuales y una
progresiva precarización, la pérdida de más de 80 mil empleos industriales
parcialmente compensada por el aumentos del “monotributismo”. Con la recesión
que ya se inició, como comenzaron a reflejarlo todos los indicadores, la
tendencia se acelerará.
Los dichos de
Mauricio Macri sobre el medio millón de empleos que se crearían en el área
neuquina de Vaca Muerta son sencillamente delirantes. Se trata de cifras sin
ningún sustento que sólo pueden repetirse en un marco de impunidad mediática.
Vaca Muerta funcionando a pleno apenas podría producir el mismo número de empleos,
entre directos e indirectos, que los directos que ya se perdieron en la
industria, alrededor de 80 mil, un número que surge de los estudios más optimistas
del Ministerio de Planificación del gobierno anterior, que son los único que
existen. De todas maneras, debe distinguirse la propensión de la Alianza
Cambiemos por los anuncios de futuros venturosos de la realidad efectiva. Los datos
duros desde 2015 al presente muestran una continuidad en la caída de la
producción de petróleo y un leve aumento en la producción de gas (explicado por
la entrada en producción del yacimiento fueguino off shore de Vega Pléyade). La
única señal que indica un potencial crecimiento futuro del área de Vaca Muerta
es por ahora la voluntad estadounidense de establecer allí una base
“humanitaria” para la protección de inversiones.
Finalmente, la
reducción del gasto público, además de reducir las funciones básicas del Estado
y el ingreso de trabajadores públicos y jubilados, sólo reforzará la caída del
consumo profundizando la recesión y la desocupación, lo que efectivamente
consolidará la baja tendencial de los salarios. Como esto ocurrirá en paralelo
con la continuidad de los aumentos tarifarios y la devaluación, tampoco se
contendrá la inflación. Al menos a primera vista no se vislumbran los motores
de la recuperación 2019 que alegremente prevén todas las consultoras de la city
porteña. Todo ello sin considerar lo que pueda suceder en el plano financiero
externo si se corta o termina el sostenimiento estadounidense a través del FMI,
situación que abriría una dinámica impredecible.-
© 2018/07/29 El Destape
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