Colapso
Por Claudio Scaletta
Existen dos dimensiones de análisis para comprender la
agudización de la crisis durante la última semana de agosto, otro mes negro
desde la corrida infinita iniciada en abril. La primera es la más conocida, la
estructural: la restricción externa, un concepto que los economistas
oficialistas desdeñaron hasta que chocaron de frente con la dura realidad. La
segunda es la continuidad hasta niveles exasperantes de la mala praxis, es decir
de la sucesión de políticas desacertadas que agravaron el problema estructural.
La restricción externa, de la que se habló mucho en este
espacio, no era un dato nuevo, comenzó a manifestarse a partir de 2012. Tampoco
una pesada herencia, en tanto también se heredó una economía relativamente
desendeudada, con margen para financiar la restricción en el tiempo. Lo que se
necesitaba a partir del cambio de gobierno era un plan racional para
administrarla. En vez de ello, los economistas cambiemitas y sus satélites de
la city con contrato estatal, creyeron que la restricción no era un problema y
dieron rienda suelta a un proceso de endeudamiento en dólares que no se destino
a generar las condiciones de repago. Al parecer, el macrismo realmente creía
que su sola presencia generaría la famosa lluvia de inversiones que, sobre las
“ventajas comparativas” de la pampa y el subsuelo, desatarían un shock
exportador que conjuraría en el mediano plazo el problema externo. Nada de ello
sucedió. No fue mala suerte, ni las tormentas y turbulencias. Fueron la mala
teoría, el mal diagnóstico y, en consecuencia, una peor receta.
Los dólares de la nueva megadeuda se gastaron en sostener un
tipo de cambio que facilitó un shock importador de mercancías y servicios, como
los viajes de argentinos por el mundo, y la dolarización de los excedentes. El
combo de desregulación más endeudamiento en divisas se usó para financiar los
consumos y el ahorro de las clases más pudientes y, en menor medida, la
remisión de ganancias de las firmas transnacionalizadas. Al conjunto de la
población, al Estado nacional y a los provinciales les quedó una inmensa deuda
en dólares. El supuesto gradualismo fue un gran relato.
Los mismos diarios internacionales que festejaron la llegada
al poder de un gobierno “pro empresarial” y “amistoso con los mercados” fueron
los que ya en 2017 comenzaron a bajarle el pulgar. A partir de marzo pasado el
crédito externo desapareció y los capitales financieros que habían ingresado
para aprovechar el diferencial de tasas comenzaron a desarmar sus posiciones en
el país y redolarizarse. Luego vino la corrida y la recaída a un plan con el
FMI. Desde entonces la suerte de la economía quedó marcada. Si el poder
financiero global cerró el grifo cuando advirtió que el nivel de deuda no se
correspondía con la capacidad de repago, el aumento del endeudamiento inherente
a un programa con el Fondo agravó el panorama. Por eso la corrida nunca se
detuvo. Ya a comienzos de agosto el gobierno comenzó a negar el riesgo de una
cesación de pagos, precisamente lo que hacen los gobiernos cuando aparece esta
posibilidad. El desplome de los bonos soberanos y el riesgo país por encima de
los 800 puntos significan, precisamente, una situación de pre default.
Decir cuánta plata falta para completar el financiamiento
significa realizar supuestos sobre el futuro de la economía no siempre precisos
en tiempos de crisis, por eso las estimaciones van de 10 mil a 50 mil millones
de dólares por encima del financiamiento del FMI. El londinense Financial Times,
al que citamos porque influye en los inversores globales, publicó el último
viernes un número intermedio. Para lo que queda de 2018 y de 2019 faltarían
cerca DE 80 mil millones, 30 mil más que el aporte del Fondo.
Pero a la dimensión puramente financiera le falta un dato
central. El programa acordado con el FMI –que como es habitual se volverá más
draconiano a medida que se produzcan los incumplimientos autogenerados, una
verdadera estrategia fondomonetarista– hundirá al subsuelo a la economía real.
La recesión ya comenzó, pero el pico del dólar a 40 pesos alcanzado el pasado
jueves es sencillamente un número de colapso. En las próximas semanas todos los
precios de la economía se ajustarán a la nueva cotización de la divisa. La
excepción serán los salarios que, en el mejor de los casos, ajustarán más
despacio. El resultado de corto plazo es un nuevo torniquete extra sobre la
demanda agregada, un círculo vicioso de contracción muy conocido.
Quienes creen en estas medidas imaginan que la caída de la
demanda significa caída de las importaciones, ajuste de las cuentas externas y,
por lo tanto, de la demanda de dólares. Aunque no alcance, algo de ello hay,
pero al precio de un sacrificio que pega de lleno sobre los asalariados. Más
aun en ausencia de otras medidas. Otro efecto es que la devaluación licúa el
gasto público, que es en pesos. Un programa de estabilización tan doloroso como
innecesario, ya que el éxito al final del camino no está garantizado. Aquí
entra la conflictividad social. Esta misma semana, además de la multitudinaria
marcha en defensa de la educación pública y los anuncios de paros generales
para septiembre, se escucharon cacerolazos de magnitud en ciudades como Mar del
Plata y Rosario, y con menos intensidad en algunos barrios de CABA. También se
reprimió un intento de saqueo a un supermercado en Comodoro Rivadavia. Son las
primeras reacciones desesperadas de una sociedad que tiene memoria de bienestar
y derechos.
Hasta julio de este año la pérdida de ingresos de los
asalariados y jubilados promediaba un 10 por ciento. En adelante la caída de
ingresos se acelerará en un contexto de alta inflación y destrucción de empleo.
En paralelo, los principales destinatarios del actual modelo y de la palabra
presidencial, “los mercados”, mostraron que dejaron de creer en una
administración que consideraban propia. La única respuesta del gobierno fue que
volverá a comprometerse ante el Fondo Monetario a hacer más de lo mismo:
profundizar el ajuste fiscal, camino que no genera los dólares que faltan, sino
que sólo achica la economía. Mientras tanto, tratar de frenar la cotización del
dólar seguirá comiéndose, a una velocidad mayor a la proyectada, las reservas
internacionales del Banco Central, un verdadero proceso de apropiación privada
de las reservas. Gobierno y mercado saben que la estrategia tiene fecha de
vencimiento. El modelo sigue sosteniéndose a fuerza de dólares prestados, hacia
adelante sólo hay un abismo.-
© 2018 09 02 Página/12
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