El aguante
Por Claudio Scaletta
Entre los
economistas locales suele decirse que si el pronóstico es malo siempre se
cumplirá, sólo hay que esperar el tiempo suficiente. Quien afirme, por ejemplo,
que el dólar se irá a 100 pesos difícilmente se equivoque, pero claramente no
es lo mismo si sucede el mes que viene que dentro de una década. La conclusión
sería que el pronóstico puede hacerlo cualquiera y que la clave es acertar el
“cuándo”. Pero el punto es otro, no es lo mismo no poder ponerle fecha al dólar
a 100 que afirmar, por ejemplo, que gracias a la mejora en el clima de negocios
y la renovada confianza de los mercados el dólar bajará. La tarea de los
pronósticos, entonces, no reside en acertar fechas exactas, sino en identificar
las tendencias principales y su dirección. Lo que se tiene hoy es que el dólar
no se detendrá en 30 ni el riesgo país en 700. El escenario es el de una
aceleración de la corrida y una fuerte profundización de la crisis. Cada día se
vuelve más evidente que el destino de la economía macrista es irreversible y
que los tiempos del experimento terminaron.
En 2015 el problema era
la escasez relativa de dólares. Se pensó que ello se resolvería con deuda en la
transición mientras, gracias a la mera existencia de un gobierno pro mercado,
maduraría la lluvia de inversiones. Cómo ya se sabe la lluvia no se produjo y
sólo quedó la súper deuda, que agravó el problema inicial. No hay mucho más
para agregar. Todo lo demás es accesorio. La generación de la bola de Lebacs,
por ejemplo, fue por haber creído que el instrumento era infinito y el presente
eterno, pero aunque haya desembocado en tasas de interés estratosféricas que
impiden el funcionamiento normal de la economía, no deja de ser un dato
complementario.
El presente es peor
que a fines de 2015. Si al comienzo de la gestión el gobierno tenía el
diagnóstico de que deuda y lluvia de inversiones conjurarían la restricción
externa mientras se transformaba el Estado y se cambiaban los precios relativos,
ahora sólo le queda el recurso del aguante. Se limita a esperar la continuidad
de la asistencia financiera externa subordinada al plan de ajuste del FMI, una
reedición del “déficit cero” que llevó al colapso del gobierno de la primera
Alianza.
Luego del corte del
chorro del financiamiento del exterior y de la recaída en el FMI tras la
corrida de abril, la “Totonomic” --como denominaron los economistas
hiperoficialistas a los experimentos que comenzó a ensayar el bróker VIP que
comanda el BCRA-- se basó en cambiar las Lebac en pesos por Letes en dólares, liquidar
divisas del préstamo del FMI para frenar transitoriamente la corrida, mantener
bien arriba la tasa de interés y, en general, intentar secar de pesos la plaza.
La gran idea de “Toto” es la ilusión de que sin pesos no hay demanda de
dólares. Alguien debería advertirle al funcionario que, en contextos como el
actual, la demanda de dólares se tensaría hasta sin pesos físicos. Hasta ahora las
acciones sólo funcionaron como un movimiento carísimo para ganar tiempo, el
aguante. La orden del FMI de comenzar a bajar la liquidación diaria de dólares prestados
fue agregar combustible al problema y una señal de que al organismo no le
importa la continuidad de la devaluación. Sólo espera el incumplimiento de las
metas para pactar nuevas condicionalidades.
Mientras tanto, el
escenario externo es efectivamente desfavorable, fundamentalmente por la
tendencia alcista de la tasa de referencia en Estados Unidos, una dificultad
real para una economía superendeudada en divisas que desreguló los movimientos
de capital, pero apenas un grano de arena comparado con los problemas internos.
No obstante, no puede negarse la creatividad de la prensa “especializada”, para
quien la reactivación de la corrida durante esta semana respondería, por
ejemplo, hasta al twit de Donald Trump sobre el aumento de aranceles a los
productos turcos tras la devaluación de la lira.
El “dato duro”, en
cambio, se encuentra en la oferta y la demanda de divisas. El país se quedó sin
dólares para hacer frente a sus compromisos externos y no consigue conjurarlo.
Luego, desde que el dato se hizo evidente, la política económica sólo agravó la
situación en varios frentes.
* Siguió tomando
decisiones que aumentaron el endeudamiento en divisas, como por ejemplo el ruinoso
canje de Lebac en pesos por Letes en dólares.
* Ingresó en un
programa de ajuste del FMI, es decir, el camino inverso a generar dólares a
futuro a través de la lenta reactivación del aparato productivo. El programa
supone un aumento adicional del endeudamiento en divisas, la continuidad de las
altas tasas de referencia que dificultan el giro ordinario de los negocios y la
destrucción progresiva de las funciones del aparato de Estado vía el ahogo
financiero de las áreas clave.
* Tensó a fondo la
incertidumbre política a partir de una operación de
inteligencia-judicial-mediática de naturaleza similar a la ya experimentada en
otros países del mundo, como el “Mani pulite” italiano o el Lava Jato
brasileño, sendos procesos con un impacto muy negativo en sus respectivas economías,
con destrucción de grandes empresas y deterioro de los sistemas políticos.
Cuando el sinsentido
se apodera de las decisiones económicas florecen las interpretaciones conspirativas.
Como lo describiera exquisitamente Joseph Shumpeter, hasta las peores crisis
capitalistas, por dolorosas que sean para las mayorías, tienen grandes ganadores.
Bajo esta óptica conspirativa, entonces, la política económica actual buscaría
provocar una crisis para que determinados grupos terminen apropiándose de los
restos del Estado y también para que empresas globales se apropien de las
multinacionales locales o al menos con sus mercados. Hay indicios, algo similar
ya sucedió en Grecia y en Brasil, para citar dos ejemplos recientes.
Sin embargo, antes
de llegar a estas visiones conspirativas pueden existir respuestas más
sencillas. Quizá estemos simplemente ante un grupo social y político incapaz de
conducir el aparato de Estado, incluso en función de sus objetivos.
Volviendo al
comienzo, no es posible adelantar la fecha exacta de la reacción social a la
crisis económica. Lo que parece más claro es que el gobierno, post FMI, ya no
tiene margen para el cambio el rumbo y que la tarea de la oposición, pensando
en el futuro, es la reducción de daños: frenar la destrucción que provocan las
medidas desesperadas, la enajenación del patrimonio público y la continuidad
del crecimiento sin ton ni son de la deuda en divisas.-
© 2018/08/12 Página|12
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