La falacia de la escasez
Por Claudio Scaletta
El macrismo parece creer que la sociedad argentina se resignará al ajuste permanente y a la progresiva, pero constante, pérdida de derechos. También que aceptará una economía cada vez más chica y desigual, concentrada en la explotación de recursos naturales, y en la que las prestaciones del Estado tenderán a su mínima expresión.
Entre las rendijas del orwelliano aparato de propaganda
oficial se cuelan los datos de la destrucción de la salud y la educación
públicas, de la asfixia a las universidades y del achicamiento del sistema
científico tecnológico. En el conurbano bonaerense muchas escuelas permanecen
cerradas por pérdidas de gas. Los maestros mueren en explosiones o reciben
descargas eléctricas. Sus gremios son sancionados económicamente, sus dirigentes
demonizados y perseguidos, sus protestas pospuestas por conciliaciones
obligatorias, mientras los salarios continúan perdiendo contra la inflación. Se
destruye la seguridad social, se corta la gratuidad de los remedios para
jubilados y las pensiones a discapacitados. Ya no se distribuyen notebooks a
estudiantes y se eliminó el llamado Fondo Sojero, que derrumbará la obra
pública en provincias y municipios. Estas decisiones de desfinanciamiento se
toman bajo el argumento de la reducción del gasto, como respuesta a un presunto
imperativo de escasez y bajo el halo de una mayor eficiencia y modernización
del sector público.
Reducir el gasto no significa que empleados públicos vagos
son despedidos o que maestros, profesores, enfermeras, médicos y jubilados
pierden “privilegios”. Significa reducir las prestaciones del Estado, muchas de
ellas esenciales y parte de los “ingresos extrasalariales” de los sectores de
menores ingresos, es decir herramientas para la construcción de una sociedad
más igualitaria.
La regresividad de estas transformaciones necesita legitimarse, punto en el que entran los llamados economistas profesionales, quienes crean las falacias que luego machacan los medios de comunicación. Por ejemplo, este viernes el ministro de Producción, Dante Sica tuiteo: “no podemos gastar más de lo que ingresa”, una idea fuerza reforzada por el consultor Miguel Ángel Broda quien en declaraciones radiales afirmó: “es como la casa de uno, si gasto más de lo que ingresa, cuando se corta hay que ajustar”.
En principio parece lógico que no se pueda gastar lo que no
se tiene. Para ser creíbles todas las falacias necesitan una lógica interna.
Pero esa lógica que podría correr para la economía de un trabajador, un
municipio o incluso una provincia, no corre para el Estado Nacional, que puede
crear instrumentos monetarios y con ello movilizar recursos sociales. Para la
ciencia económica las afirmaciones de Sica y Broda, que no tienen nada de
ingenuidad política, son pre-teóricas. En concreto, son pre-keynesianas, se
quedaron en un estadio teórico anterior a la tercera década del siglo pasado.
El keynesianismo no es una corriente de pensamiento que se
limita a justificar el uso del gasto público para conducir el ciclo económico,
por ejemplo gastar para complementar la demanda agregada con el objetivo de
llegar al pleno empleo de los “factores productivos”, algo que se sabía incluso
antes de Keynes. Es una teoría mucho más luminosa que dice que no hace falta
ahorrar antes de invertir (“es la inversión la que determina el ahorro y no al
revés”, diría el maestro inglés). Una manera simple de entenderlo, siguiendo al
profesor italiano Sergio Cesaratto, es con la analogía del funcionamiento del
crédito bancario. Cuando un banco acredita un préstamo a un cliente, no se fija
si horas antes por ventanilla entraron depósitos por un valor similar. En el
momento de la acreditación del préstamo el banco “crea dinero” del que sólo
debe tener, por regulación, el porcentaje del encaje que le exige el Banco
Central. Esa creación de dinero crea demanda en el mercado, demanda que impulsa
la actividad económica.
Siguiendo la misma lógica que el banco comercial, el Estado
no necesita recaudar previamente lo que va gastar. Al Estado le alcanza con
crear instrumentos monetarios que, cuando se gastan crean demanda e impulsan la
producción. Si realmente se quiere reducir el déficit de las cuentas públicas
(aunque el Estado no debería tener objetivos de caja, sino de regulación del
ciclo, el superávit fiscal carece de sentido para un Estado que puede imprimir
dinero) se debe aumentar el gasto, no reducirlo. ¿Parece raro, no? Este gasto
hará crecer el PIB y con él la recaudación. El camino inverso, como se observa
en la economía argentina actual, es el del déficit permanente, el ajuste del
gasto hace caer el Producto y la recaudación.
Los economistas profesionales seguramente argumentarán la
zoncera de que por la vía de la creación de dinero se generará inflación, algo
que recién podría ocurrir cuando se llega al pleno empleo de los factores, es
decir en proximidad al uso del 100 por ciento de la capacidad instalada (hoy en
alrededor del 60 por ciento) y con pleno empleo de la fuerza de trabajo. Es
decir si existiese una imposibilidad física de incrementar la producción. La
inflación sólo es un fenómeno monetario en la proximidad de estos límites (“en
la frontera de posibilidades de producción”, en terminología marginalista).
Antes es un fenómeno de costos de producción, es decir de precios relativos y
puja distributiva.
Como comprenderá el lector la cuestión es más larga, pero lo
expuesto la sintetiza. Achicar el gasto no es un imperativo impuesto por una
supuesta escasez, sino voluntad política, la decisión de achicar las funciones
del Estado. La única restricción de una economía como la Argentina es externa, el
abastecimiento de dólares, y no interna, aunque el gobierno se empeñe en
atarlas entre sí. De hecho, todo el enfoque teórico del oficialismo resulta
estrafalario. Se induce voluntariamente una profunda recesión de la mano del
programa con el FMI, con el tremendo dolor social e injusticia que ello
entraña, para por esa vía, ajustar las cuentas externas.
Como las promesas de bienestar futuro ya no las cree ni el
propio gobierno, para sostener la continuidad política del ajuste infinito sólo
resta el recurso de la demonización de la oposición, hoy llevada al extremo
mediante la escandalosa operación de inteligencia–judicial–mediática de “los
cuadernos”, a la vez que se revuelve el serpentario pejotista para dividir al
pueblo peronista. Por ahora la estrategia consiguió agravar la situación
económica y abrir una verdadera caja de Pandora judicial. La sustentabilidad
política está por verse.-
© 2018 08 19 Página/12
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